viernes, 22 de junio de 2012

Cuento preescolar.

              Al terminar el libro me puse la cazadora y salí de casa, no sin antes despedirme del buen Kantaka, que me dedicó una miradilla sin despegar la cabeza de la alfombra. Una brisa helada me hizo hundir las manos en los bolsillos y querer esconder las orejas entre los hombros, la avenida Nuevo México se mostraba especialmente solitaria esa mañana, a pesar de que el sol ya se despabilaba, todavía sus rayos eran débiles ante el frío que se acumuló lento y abrasador a lo largo de la noche. Un mensaje llegó a mi celular y me espantó, gracias a que sigo teniendo DVNO de Justice como tono. “Cómo amaneciste, bebe? Que tengas bonito día, te mando besos!” y en la parte superior de la pantalla “Mandy”. ¿Esa mujer nunca me va a dejar en paz? “Bien bien, amor. Que tengas lindo dia tu tmbn! Tqm” ¡Bah!

              Una vez en la tienda de Kowalski agarré dos cartones de leche, una lata de rajas y unas mantecadas Aunt Rose, cuarentainueve pesos en total, el vaquero preferido de los niños pagó y yo salí del lugar con una sonrisa y una bolsa casi llena. A caminar de regreso. Algunos párvulos acompañados por sus madres y/o padres decoraban el camino a lo que llaman preescolar (que queda de camino a mi casa), entonces otro mensaje atacó mi celular: “Bebé, vas a venir a la comida en casa de mis papás? Dice Luís que traigas lo de Miuler (o algo así xD)”. Pero antes de que pudiera seguir haciendo gala de mi hipocresía con mi “queridísima” Mandy se me atravesó el destino, como siempre con cara de mujer (de una mujer hermosa, como casi siempre). Sus pasos eran veloces y cortitos, de la mano traía a un niño que poco o nada se parecía a ella pero que me hizo recordar mi teoría sobre que las mujeres más atractivas son las que han tenido su primer hijo y éste tiene menos de cuatro años; sin duda éste era el ejemplo perfecto. La indiscreción de mi mirada pronto le hizo notoria mi “admiración”, pero no se molestó, parecía que la prisa por llevar a tiempo al escolapio era demasiado grande como para darle importancia a un veinteañero que la veía en la avenida; de algún lugar saqué el valor para hablarle.

              —Van al kínder Góngora, no?

              —Sí… —pero ella seguía con su paso rápido y cortito.

—Es tarde ya, no creo que los dejen pasar.

—Ah, sí? Gracias por el consejo —sin siquiera voltear a verme.

—En serio, ya es tarde. Pero da la casualidad de que yo conozco a un par de personas en ese lugar y si me dejan acompañarlos…

—Quieres dinero o qué?

—…perdón?

—Es obvio que estás buscando algo, pero la respuesta es no. No te voy a dar ni un quinto para que mi hijo entre al kínder, son las nueve y diez de la mañana y seguro que va a pasar porque no es tan tarde.

—Está bien, disculpa. No era mi intención molestar.

Ni una palabra más, se alejaron (se alejó) y yo seguí con mi paso regular a mi casa, del otro lado de la acera. Un par de minutos después pasaba frente a la pre escuela y el destino luchaba argumentativamente contra la portera obesa y fodonga… y estaba perdiendo.

—Ya es muy tarde, señito. Ora hasta mañana.

—Ay, por favor! Son apenas nueve y diez…

—Nueve y cuarto, señito. Además si dejo pasar a su chamaco me la van a hacer de tos allá adentro porque se supone que para eso estoy aquí.

—Necesito ver al director! Cómo es posible que pase algo así? Por quince minutos…

—Ay, señito. Orita el director ni está, así que ni haga escándalo porque esto ya no tiene arreglo.

El destino no me habló, el destino despreció mi ayuda una vez pero no podía culparla por hacerlo. Mi deber era insistir, no por el niño, no por lo que es bueno y justo, no por la forma en que el vestido se amoldaba a la perfección al cuerpo de ella, no; por demostrar que tener contactos (incluso en las altas esferas de las preprimarias estatales) sigue siendo un arma poderosa.

—Hola, señora Lidia.

—Buenos días, joven. Qué milagro.

—Ya ve, de camino a desayunar. Oiga, por qué no deja pasar al niño?

—No, es que ya es tarde joven.

—No, pues sí. Oiga sabe si está el profe Ruiz allá adentro? Igual y él nos da chance de que pase el niño, no?

—No, joven… todavía no llega.

—Ah, pues qué curioso. Porque según yo aquel es su coche, ya vio? El plateadito. Creo que mejor lo paso a buscar. O cómo ve?

—Ay, joven! Apoco se creyó eso de que no iba a dejar pasar al niño? No, pus si era pura broma, ya ve como soy. Ándale mijito, pásale.

Con sonrisa triunfal, observo al hijo del destino correr con esa mochila que es más grande que él. Luego doy la vuelta y el destino ya me observa, sonríe. Un sonido agudísimo corta el momento, el destino saca un celular y contesta la llamada.

—…sí, amor. Sí, ya dejé al niño. Sí, ahora regreso… cervezas?... ajap, bolsa grande de papas. Sí, llego en 20… OK, 15. Te amo, bye…

La cara del destino es distinta ahora, se apagó sin que ella pareciera darse cuenta. Se aleja lentamente y con la mirada en el piso. No hubieron agradecimientos, no hubo nada. Mi celular volvió a sonar.

1 comentario:

  1. la situación me pareció graciosa, parece una anécdota tuya! n_n
    hace mucho que no sé de ti, saludos! :)

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